La lógica de los medios obliga a adoptar mensajes simples, fáciles de entender, masivos. De lo contrario, corremos el riesgo que una idea opuesta o complementaria ocupe nuestro espacio, sólo por ser más simple.

Los ejemplos abundan: “clima de negocios enrarecido” vs. “empresario mezquino”; “desarrollo sostenible y de bajo impacto medioambiental” vs. “el bosque no se vende”; “rentabilidad comprometida del sistema de salud privado” vs. “dejen de aumentar las cuotas”. En fin, hay realidades que necesitan de mucha gimnasia antes de salir a la arena de la comunicación pública.

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El concepto a defender debe ser simple, fácil de entender y masivo. No lo olvidemos. Aquel famoso mandato americano de “keep it simple” es imperativo en términos de comunicación. Hay que hablarle a los segmentos a los que queremos alcanzar con nuestro mensaje, procurando que perciban el impacto de nuestras ideas en su vida cotidiana.

Si su negocio se dedica a la producción de alimento balanceado, y la regulación restringe las importaciones de su principal ingrediente, no diseñe sus mensajes con lenguaje técnico o que requiere enormes esfuerzos de imaginación para “ver” lo que quiere decir. Mantenga un vocabulario llano como para que pueda comprenderlo su abuela.

Lo importante es asegurarse de que lo que se dice es comprensible, que se entiende de todos los modos en que se lea. Y sobre todo porque nadie invertirá una hora para decodificar lo que intentamos decir.

Hay expertos muy especializados que desesperan con la imprecisión que la simplicidad supone. Pero como enseña Frank Luntz, no importa lo que uno dice, sino lo que el otro entiende.