Un prejuicio es una opinión preconcebida, generalmente negativa hacia algo o hacia alguien. Es un juicio previo. Es juzgar sin saber, sin conocer.
Y todos prejuzgamos, algunos conscientes y otros no. Y una organización ocasionalmente puede ser objeto de prejuicios, y ello afectar su imagen pública.
¿Puede la comunicación ayudar a combatir un prejuicio?
Sí. El camino para lograrlo consiste en cuatro etapas fundamentales:
- Identificar el prejuicio. Ponerlo por escrito. Es importantísimo saber contra qué estamos luchando. A partir de su definición, será posible establecer mensajes y acciones clave en la comunicación. Además, a partir de la definición precisa, podremos clasificar los elementos falsos o verdaderos que pueda tener el prejuicio.
- Esclarecer la dinámica del prejuicio. ¿Cómo surgió? ¿Cómo se refuerza? Suelen darse determinados hechos o creencias que funcionan como disparadores del prejuicio. Y muchas veces está al alcance de la organización el modo de desarticular esa dinámica.
- Mensajes y acciones clave. Así como es posible aniquilar un rumor, con mensajes y acciones concretas puede neutralizarse o erradicar el prejuicio.
- Acercar el objeto del prejuicio a los observadores prejuiciosos. Es este el paso fundamental para cortar con la lógica que alimenta y refuerza el juicio previo. Está demostrado que cuando un observador prejuicioso se acerca al objeto del prejuicio, sus barreras bajan y sus juicios cambian. Así ocurre con las personas racistas o fanáticas: “se deja de odiar cuando se deja de ignorar”, decía Tertuliano.
Muchas veces las organizaciones padecen los efectos del prejuicio, su imagen pública es negativa. Y no es por falta de comprensión, sino por falta de conocimiento. Por falta de mejor comunicación.