Es habitual encontrar en el escenario público ejemplos de comunicación crispada y virulenta. Comunicaciones exasperadas. Y al tratarse de una comunicación “en modo violento”, las audiencias suelen quedarse en un nivel efímero de registro, donde sólo atienden al tono y ya no al mensaje.

Si se comunica el mismo mensaje pero en tono neutro, el mensaje pega. La comunicación debe ser, entonces, siempre sutil, buscando persuadir. Eso es en definitiva comunicar: transmitir para convencer. Y nadie convence a los gritos.

Un caso gráfico es el de Patricio Zambrano, candidato a la alcaldía de Monterrey, quien perdió los estribos en el debate de la TV Azteca. El que se enoja, pierde:

Cuando encontremos ejemplos de comunicación virulenta, hagamos el ejercicio de imaginar ese mensaje en un tono distinto. El resultado es siempre mejor.

Ni hablar si la comunicación incluye algún exabrupto. En estos casos, más extremos, el exabrupto se convierte en noticia per se, dejando en un segundo plano irrelevante el resto del contenido.

En las confrontaciones  -sean políticas, ideológicas, o por intereses económicos o empresarios- se da un escenario de fuerzas en pugna, donde siempre hay un actor que es más fuerte que el otro. Y la opinión pública toma partido siempre por el que se encuentra en inferioridad de condiciones.

Por eso, el tono de la comunicación puede llevarnos a ser objeto de la antipatía de las audiencias, o ayudar a que estén de nuestro lado.